A modo de epílogo

Después de la confirmación de la muerte de mi padre, mi madre decidió que permanecer en Pamplona era demasiado peligroso para ella y mis hermanos, así que preparó la huida. Para impedir que la imprenta propiedad de mi padre fuese incautada, mi madre la puso a nombre de una parienta suya, llamada Águeda (no sé nada más acerca de ella), con quien hubo problemas al regreso de la familia en 1939 a causa de la devolución de los bienes. No sé cómo ni en qué fecha, una noche partimos todos hacia Francia: mi madre, los cinco hermanos y mi tío Bernardo Zapatero, que tampoco estaba seguro en Pamplona. Desde allá pasamos a Barcelona, donde mi hermano José Ramón, el mayor, con diez y seis años, fue al frente a luchar contra los asesinos. A mi hermano Angel, de quince años, no le permitieron ir al frente, así que lo pusieron de tambor en la retaguardia. Mis dos hermanas (María Esther y Juana María) y yo, con seis años para la fecha, nos quedamos con nuestra madre Ramona en Barcelona, donde nos bombardeaban todas las noches ya que vivíamos cerca de la Estación de Francia y del puerto, ambos objetivos militares. Durante un corto tiempo, mi madre consiguió trabajo en una cárcel para mujeres en Alacuás (Valencia) donde conoció a una señora de  la familia Arrieta, comerciantes de maquinaria agrícola de Pamplona y fichas importantes de la Falange, que estaba recluida en aquella cárcel y con la que hizo cierta amistad[1]. Al terminar la guerra pasamos a Francia, a un refugio que el Gobierno Vasco tenía en Narbona, y al estallar la II Guerra Mundial tuvimos que regresar a Pamplona. Durante el tiempo que estuvimos fuera, Juana María Zabalza, mi abuela paterna que vivía con la hermana de mi padre, María Magdalena, había muerto.De acuerdo con disposiciones oficiales de noviembre de 1936 y de mayo de 1939 que permitían  la inscripción de difuntos o desaparecidos “con motivo de la actual lucha nacional contra el marxismo”, fórmula que aparece en muchas de las partidas de defunción de los fusilados en Navarra (4), y por exigencia de los trámites que hubo que hacer al regreso del exilio para lograr la devolución de la imprenta a los herederos legítimos, la partida de defunción de mi padre fue inscrita por mi madre, Ramona Zapatero, en el Juzgado de Pamplona el año 1940 y figura en el Tomo 216, Folio 475 (4). No les bastó con fusilar a mi padre: al llegar a Pamplona encontramos que también le pusieron una multa muy cuantiosa. No se explica cómo esperaban que la pagara después de muerto. Afortunadamente, se logró la condonación de la multa y la devolución de la imprenta, proceso en que ayudó considerablemente la señora Arrieta mencionada anteriormente quien empleó sus influencias para ayudarnos a arreglar todo el papeleo oficial.El boicot que se hizo a la Imprenta Bengaray en estos años más las posibles fallas administrativas provenientes de la inexperiencia de la familia en su administración, hicieron que en 1946 emigráramos a la Argentina, donde vivían dos hermanos de mi madre. Mi hermano mayor, José Ramón, llegó casado con María Engracia Sucunza y el segundo, Angel (muerto en Buenos Aires en 1952), se casó por poder con Concepción Sánchez Corro. Unos años después se casaron mi hermana Juana María con José María Zugarramurdi  y mi hermana Esther con Ernesto Saraldi.Entre 1954 y 1958 emigramos de nuevo. Mi madre Ramona, mi hermano mayor José Ramón, mis dos hermanas, mis dos cuñados, una sobrina y yo nos trasladamos a Venezuela, donde yo me casé con Blanca Andrade y donde sigo residiendo. Aquí ha fallecido el resto de la familia, quedando vivos únicamente mis sobrinos y yo.


[1] Hago referencia a este hecho para remarcar lo absurdo de toda la situación: se establece amistad entre dos personas a una de las cuales le han matado a su marido los correligionarios de la otra, que está presa y vigilada por la primera. Más adelante se verá que esta amistad ayudó a la familia a su regreso a Pamplona.

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